La rectitud política acosa al espectro ideológico y enaltece a la hipocresía práctica (no tanto la intelectual) convirtiendo a esta en el límite autoimpuesto al accionar de la izquierda. Ésta, atrapada entre significantes vacíos y simples eslóganes (que en tanto tales se encuentran atados a la coyuntura y no a la construcción), lleva adelante la misma acción que Baudrillard había señalado y criticado allá por los años ’70: “Puesto entre la espada y la pared, el partido no tiene más elección que quedarse a un paso de la línea del poder, donde puede aparecer como poseyendo vocación de triunfar, y salvar así su imagen, sin verse obligado a saltar por encima de su sombra (…).”Desde una posición confortable (la de la naturalización de los derechos - y, digno de todo necio, principalmente de aquellos que fueron fundamentales en la construcción de la sociedad burguesa: libertad, igualdad y fraternidad), hoy un amplio sector de la izquierda se reúne bajo un mismo lema para llevar adelante una burda deconstrucción de la institución marital. Atrapada y ante la necesidad de posicionarse como defensora del sentido común políticamente correcto debe postergar la realización de las minorías o, en términos más hegelianos, la realización de su autoconciencia, para llevar a cabo aquello que tan bien sabe hacer en su práctica cotidiana: el autosabotaje.
Yo, desde otra posición confortable (la de la silla de mi escritorio), critico el sometimiento grupal a la coyuntura, la subyugación individual al lema esgrimido con plena conciencia, y en un acto de apoyo a la marcha del miércoles en favor del matrimonio y adopción de parejas gays, no obstante, propongo acudir a la misma a reivindicar un derecho no a la igualdad, sino a la diferencia, ya que sólo desde allí puede sostenerse en forma coherente cualquier construcción que pretenda ser auténticamente contrahegemónica.