Hace mucho
tiempo, cuando caminaba por la calle, le gustaba imaginarse realidades
alternativas, otras vidas… algo emocionante o, al menos, más interesante.
Pero con el
tiempo, ese instinto había desaparecido en favor del instinto de la monotonía. Cada
vez conformándose con menos, iba a trabajar, volvía a su casa, miraba
televisión y solo muy esporádicamente, imaginaba que algo surreal podía pasar
dentro de su departamento.
Un día, en medio
de un ataque de creatividad mientras corría de algún enemigo imaginario, saltó
dentro del placard, se acomodó entre las camperas y las frazadas, tiro afuera
unos zapatos y se predispuso a algo más.
Nunca volvimos a
verlo. Nadie sabe que encontró en ese placard. Pero espero algún día entrar y
averiguarlo.